Por Marcela Thesz
Después
de publicar completo el artículo anterior sobre la práctica grupal me quedé con
ganas de
defender
un poco los beneficios de practicar tai chi chuan individualmente. Una vez un
profesor me dijo
que yo
necesitaba llevar el tai chi chuan a todos los aspectos de mi vida para que los
beneficios se
multipliquen.
Practicar solo tiene mucho que ver con eso.
Al
principio uno esquiva la práctica individual. Consciente o inconscientemente,
cuesta ponerse a
practicar
en casa. Esta resolución implica muchas cosas: detenerse y salir de la vorágine
diaria, a veces
cambiarse
la vestimenta, encontrar un espacio y un silencio en un lugar lleno de ruidos y
sobre todo,
estar con
uno mismo. Y cuando finalmente empezamos a practicar, suena el teléfono.
Superado
el primer paso, lo importante es hacer. No preocuparse por la secuencia de la
forma, los
movimientos,
el qi gong; sino simplemente hacer lo que uno recuerda e intuitivamente el
cuerpo va
encontrando
los movimientos adecuados para armonizarnos en ese momento. Al principio
afloran
sensaciones,
pensamientos, que sólo son excusas para detener la práctica. Hay que continuar,
dejando
fluir las
sensaciones para limpiarlas y canalizarlas adecuadamente y liberándonos de los
pensamientos,
soltándolos para que no regresen.
Un vez
que adquirimos un poco de disciplina, comenzamos a practicar las formas y los
ejercicios que nos
apuntan
en clase, comienzan a desarrollarse ciertos beneficios relativos a estar solo
con uno mismo
buscando
intencionalmente la propia armonía. En primer lugar adquirimos seguridad: no
importa si
está bien
o mal, eso se corregirá luego, pero estamos seguros de lo que hacemos, sin
miedo a
equivocarnos.
Muchas veces, practicando en grupo nos dejamos llevar y los movimientos son
inseguros,
esperando
a ver que hace el otro. Cada uno debe estar seguro del movimiento que ejecuta
porque tal
vez el
que se equivoca es aquel al que estamos copiando.
Con la
seguridad y la pérdida del miedo, mejora la autoestima. Comenzamos a progresar
en la práctica
y surgen
dudas. Vamos a la clase con estas dudas y aceptamos entonces que no sabemos
todo, que hay
movimientos
que olvidamos, secuencias que no están claras y pedimos ayuda para continuar.
Y luego
cuando todo está más o menos claro, cuando no hay que practicar para recordar,
sino para
disfrutar,
nos encontramos con nosotros mismos. Encontramos nuestro propio equilibrio
interno en la
práctica
del tai chi chuan. Empezamos a ver que dependiendo de nuestro estado de ánimo
surgen
distintos
movimientos para ejercitar. Hay días que no necesitamos tai chi, otros días,
necesitamos sesión
doble. A
veces, mucho movimiento, otras, posturas estáticas y meditación.
Sólo
cuando ésta práctica individual surge de una necesidad interna y se materializa
en 30 minutos dos o tres veces por semana (por lo menos) es cuando nos podemos
considerar “practicantes de tai chi chuan”. Es así como comenzamos a llevar el
tai chi a otros aspectos de nuestra vida. Si nos quedamos con la clase de tai
chi chuan que tomamos con el instructor, podremos decir “tomo clases” y nada
mas. Y es como pararse en una puerta abierta, ver mas allá pero no avanzar
porque el escalón que hay que subir es muy alto y cuesta mucho.
Así como
la práctica grupal esencialmente nos ayuda a relacionarnos en todos los ámbitos
con otras
personas,
la práctica individual nos enseña a relacionarnos con nosotros mismos. A
reconocer nuestros
límites y
a descifrarnos en cada momento. Sinceridad con uno mismo y caminos propios, sin
recetas ajenas, para sentirnos mejor, es lo que encontraremos a través de la
práctica individual.
Nenhum comentário:
Postar um comentário