Por Marcela Thesz
Se cuenta
que un jovencito, a los doce años de edad, sufrió un accidente grave y los
médicos debieron
amputarle
su brazo izquierdo. El muchacho se recuperó moralmente y cierto día, animado,
decidió
aprender
un arte marcial apropiado para su condición. Se dirigió a un afamado instructor
que vivía en la
misma aldea,
un hombre entrado en años.
El
alumno, entusiasta y dedicado, aprendió con gran rapidez. Sin embargo, después
de seis meses de
práctica
diaria dominaba un solo movimiento, que ejecutaba casi a la perfección.
Preocupado por
las
limitaciones de su formación le solicitó a su maestro que le enseñara otras
formas más complicadas.
El sensei
lo escuchó con respeto, pero le señaló que le estaba entregando todo lo que él
necesitaba
incorporar
a su vida de combate, por lo que era fundamental que se tranquilizase y, sin
quejas, siguiera
perfeccionando
los secretos de ese único movimiento.
Poco
tiempo después el muchacho fue invitado a participar en un torneo y logró
clasificarse como
semifinalista.
El rival a quien le correspondía enfrentarse era mayor que él, más
experimentado y dueño
de unas
destrezas imponentes. Nada parecía favorable para que un joven lisiado tuviese
una
oportunidad,
no ya de ganar, sino de salir ileso. Sin embrago, el maestro le exigió a su
alumno
consagración
total a lo que le había enseñado, sin más complicaciones.
Después
de una larga contienda, el vigoroso oponente comenzó a perder concentración y a
fatigarse. El
alumno,
por su parte, continuó aplicando el único movimiento que dominaba, seguro, sin
fatiga, hasta
que
consiguió derribar a su rival, exhausto, al suelo.
De
regreso a su casa, el muchacho preguntó a su maestro, que caminaba en silencio
junto a él,
impasible:
Maestro,
cómo pude ganar aplicando sólo una posición de ataque?
Aprendiste
a dominar uno de los pasos más difíciles de todo el judo. La única defensa
posible contra
ese
movimiento radica en que tu rival te tome por tu brazo izquierdo.
Relato
extraído del libro “El poder de lo simple” de Enrique Mariscal
ISBN
9789871406036 – Ed. Zenith
Este
relato me pareció muy representativo de esta problemática típica del tai chi
chuan.
Muchas
veces cuando se inicia la práctica del tai chi chuan, en pos de del entusiasmo
inicial, queremos
aprender
muchos movimientos, memorizar lo más rápido posible la Forma que estamos
practicando,
sumar mas
y mas ejercicios de qi gong. Parece lindo tener un “currículum vitae” de tai
chi y qi gong que
contenga
una larga lista de Formas y sistemas.
La
realidad es que el tai chi nos tiene que curar y si después de aprender muchas
Formas seguimos
enfermos
(del cuerpo o del espíritu…) significa que no sabemos nada. En vez de
focalizarnos en
aprender
mucho, debemos tratar de aprender sólo lo necesario. Y lo necesario es para
cada uno algo
distinto,
algo personal que cada uno sabrá siendo honesto consigo mismo.
¿Cuál es
la Forma que me funciona? Esa que puedo hacer concentrado, lentamente
respirando y que
cuando
completo varias repeticiones me siento liviano. ¿Cuál es el movimiento con el
que realmente
me
relajo? Aquel que me permite a veces llorar y otras veces sonreír bien desde el
interior de mi ser?
¿Cuáles
son los ejercicios de qi gong que me atenúan los síntomas de mi principal
dolencia?
Sólo esos
movimientos debemos aprender con la mayor dedicación y practicarlos en la clase
y también
individualmente
en el propio espacio. Todo lo demás que practiquemos será para rellenar el
currículum.
“El poder
de lo simple transforma los puntos vulnerables en la mejor protección. Por eso
es fundamental
la
honestidad con uno mismo, porque ella nos permite descubrir nuestra debilidad y
convertirla, sin
engaños,
en la más segura fortaleza.” Enrique Mariscal.
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